“¿Quién es la hija de la abuela de la bisnieta de mi abuela, si soy hija única?”


Por Esteban Franchello y Mariana Rodríguez (ALGEC)

Acertijos y trabalenguas vienen poblando los zócalos de los programas televisivos en Argentina. “Habla Susana, hija de una abuela internada”, señala el videograph de un noticiero de un canal de aire. La captura de la imagen circula en el grupo de WhatsApp de ALGEC (súper activo en estos días) y se llena de emoticones acongojados que se tapan los ojos o se agarran la cabeza. En vivo: “habla Sergio, familiar de un abuelo del geriátrico”, marca el título de un programa de actualidad y cita el testimonio en pantalla: “mi madre es positiva de coronavirus”. Pero ¿acaso el abuelo es la madre de Sergio? ¿Susana es hija o nieta de la abuela?   

El “abuelazgo compelido” o connatural de las personas mayores no es para nada nuevo en el decir periodístico (y en el social), y la llegada de este virus mundial, que nos mantiene en estado de aislamiento y zozobra, enfatiza la visibilización mediática que históricamente ha dado cobertura a “una” vejez: la vulnerable. 

“Pero ¿qué importa cómo se nomina a las personas mayores en este marco de pandemia mundial que los declara el principal grupo de riesgo?” “¿Qué relevancia tiene llamarlos abuelos, adultos mayores, ancianos, ante posibles irregularidades y abusos?” “¿Acaso no son vulnerables?”

Desde hace varios años, en ALGEC nos proponemos reflexionar sobre la construcción social de la vejez y el envejecimiento y sobre las representaciones que circulan de las personas mayores en los medios de comunicación tradicionales y en las redes, ya que entendemos que son espacios relevantes en la generación y consolidación de significaciones, y también lugares donde se ponen en tensión lo que sentimos y pensamos como sociedad para transformar(nos). 

En ese camino, y lejos de negar las pérdidas que pueden experimentarse durante la vejez (como en otras etapas del curso vital), buscamos resaltar varias cuestiones: que las personas mayores tienen muchas potencialidades porque existen múltiples “vejeces” y formas de envejecer, que es importante desarraigar a los cuerpos viejos de la vulnerabilidad imperante y que, en esa tarea, es fundamental develar el viejismo o edadismo (la mayoría de las veces implícito) que conllevan ciertas prácticas y discursos sociales. Por eso, sostenemos que el lenguaje importa y mucho, y en todos los contextos. 

Sabemos que las estadísticas e informes señalan que el 50% de las muertes por coronavirus en el mundo está conformado por personas mayores. Este un dato relevante, triste y noticiable, pero, al mismo tiempo, como gerontólogxs consideramos que este suceso inédito que nos toca experimentar imprime la posibilidad de incorporar nuevos enfoques y temáticas acerca de qué es envejecer. Es una propuesta y una apuesta, sobre todo será de mucha utilidad y suma necesidad en tiempos de post cuarentena y post pandemia.

“¿Cuáles son las principales problemáticas que advierte este colectivo en cuarentena?” “¿Cómo viven este particular contexto los integrantes de agrupaciones que participan activamente de la cultura o de diversos voluntariados? “Papelnonos”, para poner un ejemplo reconocido. “¿Cómo están organizando algunas actividades virtuales los clubes o centros comandados por mayores?” “¿Cómo bailan a la distancia?” “Quienes tienen acceso a la tecnología, ¿están participando en seminarios o cursos virtuales?” “¿Cómo viven la sexualidad las personas mayores en este marco de pandemia?” “¿Cómo se organizan los grupos de mayores LGTB+?” En definitiva, “¿qué tienen para decir las personas mayores?”.

Emoticones de corazones para develar el viejismo

En el grupo de WhatsApp de ALGEC no paran de circular links de notas, frases, ilustraciones. Celebramos con emoticones de aplausos y corazones cuando se suman nuevas voces que “patean” prejuicios y estigmas y aportan al develamiento del viejismo. Por ejemplo, frente a las primeras disposiciones del Gobierno de la ciudad de Buenos Aires que establecía un permiso de circulación para mayores de 70 años, muchxs representantes vernáculxs de “otras vejeces” explicitaron su disconformidad: el filósofo José Emilio Burucúa calificó la decisión como una arbitrariedad, el jurista Eugenio Raúl Zaffaroni criticó la medida porque “es paternalismo y discriminación etaria pura”, mientras que la ensayista Beatriz Sarlo definió la medida como un “estado de sitio selectivo”. Las actrices Nacha Guevara y Moria Casán apelaron al humor para “pedir voluntarios sexis” que “las ayuden” en estos momentos complejos y Eva Giberti tuvo que explicar lo obvio: “conocemos las estadísticas estamos informados/as: el coronavirus nos prefiere; es evidente que somos prioritariamente los que nos morimos”.  

El virus enfatiza la vulnerabilidad y la necesidad del cuidado. Debemos estar atentxs para que tales características y las clasificaciones cronológicas no sigan consolidando una mirada tutelar que posiciona a las personas mayores como objetos de cuidado o intervención y que, como consecuencia, las desprovee de “ser sujeto”, de ser persona, de ser ciudadanx con derechos y obligaciones. Justamente allí, en esa mirada que subestima en función de la edad y en ciertos casos en “nombre de la solidaridad”, radica el peligro del viejismo, porque sin intención de dañar o discriminar lo hace, atentando contra la dignidad y la autonomía de este grupo poblacional.

Cada sociedad construye su noción de vejez y, por ende, su propio envejecimiento. En este sentido, las estigmatizaciones y las limitaciones construidas no constituyen un problema individual de aquella persona que llega a la vejez. Sin duda, es un problema social y político que se inscribe en lo cultural y, por lo tanto, en lo comunicacional. Que los acertijos y trabalenguas no sean los eufemismos que nos impidan encontrar conjuntamente las respuestas a las preguntas que nos imprime este contexto particular que precisa de las voces de las personas mayores “adentro”.  

Foto: LATA 65

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