¿Podremos reflexionar profundamente sobre el maltrato y el abuso contra las personas mayores, a partir de la actual pandemia?


Por Esteban Franchello y Mariana Rodríguez

En 2011 la Asamblea General de las Naciones Unidas reconoció la violencia hacia las personas mayores como un problema relevante e invisibilizado y declaró el 15 de junio como “Día Mundial de Toma de Conciencia del Abuso y Maltrato en la Vejez”.  

Cuatro años más tarde, la Convención Interamericana sobre la Protección de los Derechos Humanos de las Personas Mayores definió al maltrato como la «acción u omisión, única o repetida, contra una persona mayor que produce daño a su integridad física, psíquica y moral y que vulnera el goce o ejercicio de sus derechos humanos y libertades fundamentales» y reafirmó “la obligación de eliminar todas las formas de discriminación, en particular, la discriminación por motivos de edad”.

Este 15 de junio es especial, sobre todo porque, a diferencia de años anteriores, las personas mayores son las grandes protagonistas en este momento de la historia de la humanidad. Desafortunadamente, dicho protagonismo toma relevancia por el énfasis en la vulnerabilidad que se le otorga a este colectivo. Las estadísticas del mundo lo identifican como la víctima principal de la pandemia del COVID-19. Se trata de un dato insoslayable que obliga a los Estados y sus sociedades a ser especialmente responsables en sus acciones.

Sin embargo, en esta fecha que nos invita a la reflexión, uno de los puntos que debemos destacar -frente a la violencia simbólica que generan el edadismo y las representaciones estereotipadas de la vejez- es que la vulnerabilidad no es una estado exclusivo, inamovible y constante de las personas mayores. La pobreza, en este sentido, es la variable central que determina las condiciones de vulnerabilidad de las poblaciones.

No se trata de negar los datos sino de remarcar junto con los señalamientos de la Organización Mundial de la Salud (OMS) que, si bien las personas adultas mayores pueden ser más vulnerables en los contextos de riesgo humanitario, es indispensable asumirlas como un grupo social heterogéneo en virtud de sus condiciones económicas, culturales, familiares, entre otras posibles. 

Entonces, ¿podremos aprovechar el marco de la pandemia y el aislamiento para reflexionar sobre todas las formas que adopta la violencia material y simbólica cometida contra las personas mayores? 

Si bien la cuarentena resulta un instrumento fundamental para contener el avance del Coronavirus (al menos así fue demostrado con su aplicación), debe ser acompañada de políticas sostenidas que ayuden a detectar y a erradicar el maltrato y el abuso en la vejez. 

El aislamiento social generó un abanico de situaciones vividas por las personas mayores, en particular por aquellas que se encuentran en residencias de larga estadía, muchas de ellas iatrogénicas y extremas. Estos escenarios nos convocan a estar alertas ante los relatos darwinistas. Aprovechemos que los focos están encendidos sobre este grupo poblacional para reafirmar la relevancia de defender la consolidación de sus derechos y de luchar por la construcción de una identidad empoderada.

En una charla virtual reciente, organizada por Asociación Civil ARALMA, la antropóloga y activista feministas Rita Segato dijo estar sintiendo la emergencia de una nueva afectividad y consideró que el aislamiento nos marcó la importancia de los lazos comunitarios para salir de esta pandemia porque, sin duda, el Estado no va a poder hacerlo solo. Precisamente, nuestra acción gerontológica se alinea con esta concepción comunitaria que destaca la generación de lazos afectuosos, sólidos y solidarios y asume el reto de promover una nueva construcción social de las personas mayores, lejos de los clásicos estereotipos que los ubica meramente como sujetos vulnerables a través de una mirada compasiva y vacía de afecto. 

“El mundo cambia en la transformación de las tramas, del tejido de la red de relaciones a nuestro alrededor”, manifestó Segato en aquel conversatorio virtual. Esta inédita coyuntura, nos obliga entonces, a arrogarnos el desafío y reflexionar sobre la pregunta inicial, retórica y urgente.  Sepamos que los “entramados que tejamos comunitariamente” tendrán consecuencias directas sobre la calidad de vida de las actuales y de las futuras personas adultas mayores. 

15 de junio: “Día Mundial de Toma de Conciencia del Abuso y Maltrato en la Vejez”

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